Loulé, Portugal. – A las 8:30 de la noche del jueves, una voz en portugués y otra en inglés anunciaban a esta banda portuguesa con el nombre del francés padre de la química llamada Lavoisier. Ellos romperían el hielo en la tarima Chafariz. Festival Med 23 se había puesto a rodar.
Este sur de Portugal regala sus hermosas playas y facilita el noventa por ciento del pescado y marisco que se come en todo el país. Por tres días, sin embargo, en esta pequeña sureña ciudad de Loulé, ubicada en la región de Algarve, lo que brotó fue música, entre otras expresiones artísticas, aparte del calor.
La XIX edición del Festival Med 23 abarcaría tres días, del 29 de junio al 1 de julio, en el centro histórico de la ciudad, cercado para la ocasión. Por este tiempo, las angostas callejuelas de Loulé verían a unas 30 mil personas pisar sus calles.
Presentado como un festival de “Músicas del Mundo” y organizado por el ayuntamiento de la ciudad, un promedio de 18 presentaciones se repartían en cuatro grandes escenarios y en otras tarimas pequeñas cada día. Los artistas portugueses conformaban el cuarenta por ciento de las presentaciones y una gran parte del público asimismo lo era, con la presencia de turistas del Reino Unido.
Lavoisier al inicio del festival utilizaba secuencias pre-grabadas en una propuesta que navegaba tanto en lo sintético como lo orgánico. Nada impresionaba en esos primeros minutos, luegoj, Lavoisier se tornaba interesante, pero era ya tiempo de movernos a otro escenario.
El turno era de la tarima Cerca donde la portuguesa Sara Correia tocaba la sensibilidad portuguesa con el fado eterno. Ese hiriente sonido emanaba de la guitarra y Sara conectaba con ese público cómplice.
Por su parte, en la tarima Matriz, con la explanada rebosante de asistentes, respiraba expectativas del matrimonio Amadeu & Miriam, oriundos de Mali. Acto seguido, el tema “Batoma” impactaría y de repente, el magnetismo de la pareja salió a flote mientras el tecladista impresionaba por su versatilidad y su capacidad de suplir sonoridades. El público se movía en trance y jubiloso, el dueto de artistas no videntes ya era el grupo de mayor impacto.
Fuimos al escenario Chafariz a saborear a la caboverdiana Nancy Vieira, su participación ya tenía unos 15 minutos de iniciada y la música que hacía era sosegada, tierna mientras ella conversaba animadamente con los espectadores. Ejecutó con su cuarteto dos canciones de su próximo álbum y evocaba a la inolvidable Cesaria Evora con su “Mar Azul”. Nancy, quien reside en Lisboa y es una de los aproximados 27 mil caboverdianos que residen en Portugal, llenó de calma y certeza la noche.
Otra vez al escenario Matriz y el reggae se hacía presente, sépalo usted, aquí hay hambre de reggae. El legendario jamaiquino Horace Andy, residente en Londres, disparaba su dosis de la vieja escuela, con su trombonista en papel protagónico. Horace, de 72 años, daba pasos lentos en el escenario, cantando lo diabólico del dinero, raíz de todo lo malo.
De vuelta a la tarima Cerca, la oferta era del grupo ONIPA. Kweku Sackey, su vocalista y percusionista, oriundo de Ghana, bailó, animó y cantó con ímpetu y energía inigualable. Con sus tres compañeros del Reino Unido, inyectaron géneros musicales africanos como el soukous y el highlife aderezado con el guiño electrónico londinense. Lo de ellos fue contagioso, con un público fervoroso. Amadou & Mariam ya tenían competencia.
En el próximo día hubo más reggae con Kabaka Pyramid directamente desde Jamaica. Kabaka echaba manos al dancehall por momentos como a ese reggae de raíz. Sonaron sólidos y con una presencia escénica firme. Kabaka convenció y gustó.
Aywa, desde Marruecos, con una amalgama de estilos musicales, fueron otro grato descubrimiento. La brevedad de esta descripción de su presentación no hace justicia a lo fascinante que fueron. Como así lo fueron Bandadriatica desde Italia, con una aguda sección de vientos y una enérgica propuesta musical.
Pasado la medianoche, el portugués Pedro Mafama se metería en un bolsillo al público. Lo suyo era una mixtura de tradición y música popular con sus consabidos estilos, definiendo de paso, lo que significa ser hoy portugués.
En otro tenor, el dueto japonés Tomoro nos acercó a ese mundo de la percusión oriental e instrumentos menores de percusión en la tarima Castelo, el más pequeño de los cuatro escenarios. En tanto, las gallegas Caamaño y Ameixeiras, acordeón y violín, deslumbraron con su propuesta y dejaron al público complacido.
El primero de julio, día final, tendría sus grandes atractivos. El trío de jazz de Amaro Freitas, desde Brasil fue una buena oportunidad de sumar a nuevos adeptos a ese género musical y el pianista Freitas estaría la altura del reto.
Unas presentaciones eran arriesgadas y transgresoras como la banda japonesa/francesa Poil Ueda, injerto de rock progresivo con otras hierbas orientales. Atrevida también fue la brasileña Bia Ferreira, activista y rebelde que nos cantaba historias molestosas de xenofobia y racismo. Lo de Bia es merecedor de una crónica aparte. Festival Med es mucha música y hubo bandas y artistas que no se pudieron apreciar.
Este festival es un espacio multicultural donde, aparte de la música, se celebra cine, gastronomía, artesanía, literatura y las artes en general. Es una jornada que enriquece al espectador, a la familia que disfruta de esparcimiento sin tener que incurrir en grandes gastos. Es una fiesta popular donde todo el pueblo celebra, se encuentra, se abraza y se confunde. No hay marcas ni logos ni patrocinios exagerados invocando al consumo desenfrenado.
Además, sus ciudadanos tienen la oportunidad de participar ellos mismo en la venta de productos, como comida, artesanía y bisutería, entre otros. Y no olvidemos que el evento tiene un impacto económico en todo el comercio local. En resumen, la música, la gente de la ciudad y el arte son los grandes ganadores de este evento.
La alegría de una genuina fiesta popular, que no excluye con precios exorbitantes (el 2 de julio fue abierto para todo el mundo) no cabe en un mundo tan mercantilizado y falto de empatía. Conservar la frescura, eludir los matices muy comerciales, conservar la singularidad y ese adecuado equilibrio de las formas debe ser parte del reto del Festival Med.
Muy interesante! Habrá que darse una vuelta por allá!