Hipnótico «Blues» Del Desierto

Tinariwen – Amadjar (Wedge/Anti, 2019)

Ha sido proclamado, con toda justicia, uno de los mejores discos internacionales lanzados al mercado en el ya olvidado 2019. Tinariwen, el grupo tuareg, nacido entre Níger y Mauritania, a las mismas puertas del inmenso desierto sahariano, ha confirmado  las mejores expectativas que habían presagiado sus cuatro álbumes anteriores.

Se le califica como «blues del desierto», pero es algo más que eso. Traspasa y trasciende fronteras, aunque es bien cierto que remite a una identidad física, cultural y musical bien concreta. Las enseñanzas del pionero maliense Ali Farka Touré no andan demasiado lejos, ni tampoco, las exaltaciones de los «maalem» marroquíes, o incluso de los «bluesmen» todo terreno, tipo Taj Mahal. Tinariwen sabe de esto y de mucho más y por eso sus trabajos discográficos, y sus actuaciones en directo, rozan el terreno de lo personal, lo autóctono y lo universal a un mismo tiempo.

Tinariwen – Amadjar

«Amadjar» cuenta con una producción de lujo y un diseño de sonido perfectamente contemporáneo, e incluso occidental. Pero su música es genuina y auténtica, no caben mixtificaciones  ni engaños. Las voces, las guitarras acústicas y eléctricas las composiciones, las letras de sus canciones, todo ello remite a un paisaje y a un entorno auténtico, genuino. Canciones cíclicas, de canto/respuesta (formidables las voces femeninas,  entre ellas la de la gran vocalista mauritana Noura Mint Seymali). Otros invitados especiales al trance son Warren Ellis, Stephen O’Malley, Cass McCombs y Rodolpe Burger, todos ellos de gran reputación ultra-africana.

Las creaciones y las voces de Ibrahim Ag Ahhabib y Abdalla Ag Alhousseyni, son personales y cautivadoras, más allá de las etiquetas. Son ritmos telúricos, ancestrales y actuales a un mismo tiempo, bordean la mejor expresividad posmoderna y, sin embargo, remiten a un pasado tan propio como olvidados por las fuentes del «mainstream» de la cultural global. Por momentos, el canto, la emoción de Tinariwen se sitúa en la vanguardia de las, ejem, mal llamadas «músicas del  mundo».

Esta es una sonoridad que alcanza matices sublimes, eternos, por encima de épocas, categorías y disquisiciones de salón. En directo (como en Agadir, Marruecos, el pasado año, ya reseñado en esta misma web), en el Reino Unido (donde son adorados por la crítica especializada, tipo Songlines, Mojo o Uncut) o en casi toda Europa continental, Tinariwen (pronúnciese Tinariwin) maravillan por sus acordes sincopados, su «laid back», que casi recuerda a J.J. Cale,  y su confesión de amor a una tierra, la suya, una denuncia (si bien subliminal) de su situación política marginada y despreciada por el mundo mundial, y, sobre todo, por la capacidad que tienen de comunicar y de conmover, ya sea con sus riffs hirientes de guitarra eléctrica, sus punteos limpios y efectivos en las acústicas, sus voces inmemoriales y su estilo general nunca estridente, siempre sobrio, visceral y profundo.

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