El Olentzero («Carbonero», el Papá Noel del País Vasco) trajo el año recién acabado, y entre miles de regalos para niñ@s, un par de especiales conciertos de excelente vieja/nueva música folk, al teatro y al Club del Victoria Eugenia de San Sebastián, una verdadera y sorprendente prestación del Solsticio de invierno. Desde lo tradicional a lo francamente contemporáneo, la música popular vasca dio auténticas muestras de vigor y de renovación.
De una parte, el Alos Quartet, creado y alentado por el violinista (e intérprete de nickelharpa) Xabier Zeberio, integrante antaño del legendario grupo vizcaíno Oskorri, vino a ofrecer el tercer disco de su ya fértil trayectoria. 20 años de trabajo en silencio sobre los escenarios, que requerían de una conmemoración especial. Apoyado en un conjunto muy profesional, compuesto por Francisco Herrero (segundo violín), Iván Carmona (violonchelo) y Lorena Núñez (viola), Zeberio mostró sus extensas aptitudes para la creación, la improvisación y la búsqueda experimental de su paleta sonora.
Amparado, o no, en la tradición armónica vasca, Xabier y cía consiguen una síntesis perfecta entre el ayer y el hoy. A caballo entre la música tradicional y la «new age» (con una clara apuesta por esta última) existe un amplio camino por explorar y Zeberio lo hace con una formulación arriesgada, valiente y encomiable. Su espectáculo vino enriquecido, además, por las aportaciones del grupo de la muy expresiva danzante Amana Elizaran y el ballet mixto Ankeran, así como las colaboraciones de invitados «ad hoc”: la vocalista Izaro, de prometedoras perspectivas y el ya consagrado grupo de percusión («chalapartas»), Oreka TX, así como el bandoneón de Gorka Hermoso, que interpretó sutilmente el tango «Husta Dantza», con la sombra benéfica del recordado y ya desaparecido Astor Piazzolla al fondo.
Un concierto repleto de momentos intimistas, clasicistas e incluso deudores de ciertas «músicas del mundo» (Philip Glass, y, sobre todo, Michael Nyman) y de otros pasajes de indudable ascendencia popular, éxtasis colectivo y bailable por medio. La presencia de otro invitado de lujo, el guitarra eléctrico procedente igualmente de Oskorri, Bixente Martínez, en el tema «Epel», contribuyó de la misma manera a un recital, excitante por momentos, y siempre de gran altura estética.
Juan Mari Beltrán, por su parte, es un auténtico veterano de la escena folk vasca, desde hace 40 años (o más). Líder y fundador de bandas casi míticas como Txambela y Azala en los años 80, Beltrán dirige y dinamiza el museo de Instrumentos Tradicionales de Oyarzun, su localidad natal. Como multi-instrumentista, JM no tiene precio, es un erudito «conocedor». Comienza con los ancestrales «chistu» y tamboril, se atreve con la misteriosa y evocadora «chalaparta», las flautas, el clarinete, la gaita o la no menos pastoril «alboka».
Se presentaba el disco «Kostaldeko Soinuak«, un verdadero compendio de canciones y melodías alrededor del mar, los esforzados marineros y pescadores, aventureros de lejanos océanos, el ambiente tabernario de los puertos de mar, entre la leyenda nebulosa y la historia real de descubridores, aventureros y piratas, entre catástrofes naturales o no tan imprevisibles. Por ejemplo, ese satírico tema dedicado nada menos que a Cristóbal Colón, ensalzado por la amplia capacidad cantable de Aitor Gabilondo.
El grupo se complementa con el acordeón de Errego Belda y las percusiones variadas de Ander Barrenetxea. Con ilustres precedentes artísticos o discográficos como «Chansons de marrins» de la tradición bretona-francesa, e incluso del gran cantante belga Jacques Brel («Amsterdam»), el trabajo de investigación de JM Beltrán se echaba en falta en el cancionero tradicional cantábrico. «Melodías con olor a salitre», como tituló su crónica Juan G. Andrés, pero también con sabor a ignotos parajes (Groenlandia, balleneros), un trabajo realizador con gran amor y agradecible elegancia.
La música tradicional está repleta de nombres propios, lugares físicos (a veces, metafísicos), entornos telúricos, magos, druidas, dragones y hadas/princesas encantadas o por anónimos personajes del terruño. Porque el folk en la expresión total de un pueblo, un alma, una cultura muchas veces en peligro de extinción.