El primer álbum en solitario de Lidia Pujol es incomprensible. Sólo puede entenderse cuando se empiezan a pasar hacia atrás las páginas de su biografía y entonces comienza a crecer un bosque inmenso de sonidos, colaboraciones, giras, escenarios, composiciones… de arte compartido y entregado que demuestran que las semillas de esta flor hermosa y babélica comenzó a crecer mucho tiempo atrás, casi de forma inconsciente, con el entusiasmo de sol y el cobijo de la tierra que la protegían sin preocuparse por ella, sabiendo que su destino estaba escrito o compuesto en alguna melodía indescifrable que terminaría por germinar el cualquier momento.
Llegó la primavera para Lidia y lo primero que ha plantado es un disco-jardín hermoso y lleno de pétalos polifónicos en los que cualquier abeja que entré saldrá agotada de tanta intensidad y de tanto aroma. No hay canción que no te deje maravillosamente agotado cuando termina. Canciones de las que sigues embadurnado cuando irrumpe la siguiente melodía, así que lo mejor es dejar de respirar y hundirse completamente en este disco acuoso e incendiario, aéreo y terráqueo.
La catalana Lídia Pujol a formado parte de numerosos proyectos escénicos como actriz y cantante, en muy diversos géneros. Sus primeros pasos los dio en el Taller de Músics donde estudió canto con Xavier Garriga y Errol Woisky entre otros. Después continuó su formación en el Collegi del Teatre con Ramón Llimox durante dos años. La socia con la que se dio a conocer sobre los escenarios fue Sílvia Comes, dando lugar a un proyecto que se convirtió en referente esencial de la música catalana de los noventa, y que cristalizó en dos discos propios y diversas colaboraciones.
Sin escuchar la música de su debut como cantante solista, uno ya puede intuir la altura creativa de Lídia Pujol solo rescatando el nombre de algunos artistas con quienes ha colaborado en diferentes giras por Europa: Miquel Poveda, Chicuelo, Gerard Quintana, Dani Nello, Roser Pujol, Factoria Mascaró; y también discos en los que participó como Miquel Gil y Psàlite (Terregada), Toni Xuclà (Suite de la Mediterrània), Sopa de cabra (La nit dels anys), Pat McDonald (Begging her graces), Jabier Muguruza (Fiordoan), y Brian Dunning. Un crisol de nombres y propuestas que dan muestra de una versatilidad e inquietud que no podían omitirse en este disco.
Este disco se anuncia como su debut en solitario, pero este aislamiento sólo tiene que ver con la parte vocal (y ni siquiera eso). El sexteto de músicos que la acompañan tienen entidad y peso propio dentro de cada tema, a través de diferentes instrumentos, algunos en desuso como la ocarina, la tuba, el fiscorno o el arpa celta, en contraste a la exquisita y arrebatadora presencia del piano tocado por Dani Espasa, director musical de la Ópera de cuatro cuartos de la Orquesta Sinfónica de Barcelona, y que también tiene su propio grupo de música antigua donde toca el clavicémbalo.
Musicalmente, las raíces del álbum bailan entre dos aguas milenarias: las del mediterráneo, sobre todo en la tradición judía; y las del atlántico, de donde proviene cierto misticismo celta que invade todo el álbum. Sobre este intenso oleaje, las letras que van meciéndose al compás de las aguas provienen de los poemas de dos grandes como Jacques Prévert y Federico García Lorca. Del primero recita sus letras descriptivas y evocadoras tanto en francés como en catalán. Del segundo, conserva esa tensión irónica y profundamente cruda del bello español lorquiano. Tampoco falta una canción tradicional yiddish cantada en catalán, e incluso una canción celta cantada en gaélico. Los invitados, dos de las personas que más admira Lidia, el músico valenciano Miquel Gil en el tema con que se ha bautizado el disco; y su abuela, con un pasodoble cantado en castellano, idioma que no entiende, pero que igual canta con pasión. Porque ahí está el mensaje del álbum, no importa cuál sea el idioma del que se sirva la música, porque la música es el idioma.
En este caso, el idioma es la voz delicada y apasionada, tan llena de ternura como de determinación. Letras teñidas de claroscuros, de imágenes descriptivas que esconden un profundo significado detrás, como conmovedores objetos simbolistas que hablan de lo extraño y lo puro. Un disco con sabor a viaje, a travesía, lleno de paisajes maravillosos descubiertos en mitad del sueño.
El ramo de canciones publicado por Lídia Pujol lleva por título “Iaie” (Resistencia, 2006)