Por: Lolita Acosta, Directora de Extensión del Gimnorte
Con una nutrida asistencia de estudiantes del Gimnorte, Loperena y Pablo VI, entre otros, periodistas y personas interesadas en la música vallenata, se desarrolló un importante conversatorio programado por el Gimnorte en el marco de su política de acercamiento a la comunidad. El tema principal fue la música vallenata mirado desde la óptica de los investigadores como Julio Oñate Martínez; los compositores como Santander Durán Escalona; los verseadores como Andrés Beleño; los promotores como Jaime Pérez Parodi; y los analistas literarios como Oscar Ariza Daza.
El idioma como principal vehículo
Para Julio Oñate, si la cruz y la espada fueron los símbolos de la colonización española, fue la lengua el instrumento de aculturación, de manera que, en sus distintas expresiones, coplas, espinelas y otras formas de canto se afianzaron al lado de las melodías indígenas enriquecidas por la percusión aportada por el componente negro de los africanos traídos como esclavos a América, sonidos estos que ya estaban fuertemente ligados a la llegada del acordeón por el año 1845.
Pero fueron valses y mazurcas, los aires que primero tocaron nuestros músicos como Luis Pitre y Juan Solano, pues fue lo primero que ellos escucharon cuando conocieron el acordeón. Poco después fue cuando trasladaron los sonidos propios de la región al nuevo instrumento recién llegado, siendo el primero de ellos el de la puya y luego el merengue, el cual nada tiene que ver con el dominicano.
La palabra paseo se usó por primera vez en 1945, cuando para entonces se denominaba son toda música propia de la zona que no fuera puya o merengue. Era también la época en que nuestra música no tenía coros ni coristas tan comunes en el presente.
En 1950 aparecen grabaciones con coros o estribillos, y en 1963, el compositor Gustavo Gutiérrez Cabello irrumpe con un estilo de corte académico tanto en la letra como en la música. Comienza entonces el reinado del paseo y a campear en la música vallenata el verso libre, pero también para entonces la puya era cadenciosa y rítmica, no una loca carrera de notas como la tocan hoy.
El son vino por la misma época de Plato, El Difícil y Tenerife como una derivación de los cantos de río, región donde la puya no tuvo acceso.
Pero todos esos aires: puya, merengue, paseo y son pertenecían y pertenecen al país vallenato, ese que está delimitado por la Sierra Nevada de Santa Marta, el desierto de la Guajira, la Serranía del Perijá y el río Magdalena.
Santander Durán Escalona recuerda a su tío
En 1956, entrevistado por Gloria Valencia de Castaño, Rafael Escalona dijo que él no era el único que componía cantos vallenatos, mencionando a Emiliano Zuleta Baquero y a Leandro Díaz, a quienes conocía como campesinos de machete en mano haciendo canciones vallenatas. En la misma entrevista, recuerda Santander Durán, Escalona reconoce en Tobías Enrique Pumarejo a su maestro en el arte de la composición. Sin embargo, es Escalona el más grande y rico narrador de las costumbres, formas de pensar, actuar y vivir de las gentes de este rincón llamado Valle de Upar que está rodeado de montañas y aislado de toda influencia extraña divagante. Por eso Escalona compuso canciones como »El ermitaño» y La Maye, su esposa, es una figura pública como el político Pedro Castro o el Almirante Padilla y el General Dangond. Por eso Escalona es nuestro más importante historiador descriptivo y nuestro más connotado poeta respetuoso de la rima y de la estructura literaria del cuarteto. Su época no ha terminado.
En 1960 surge un grupo del cual hace parte el propio Santander Durán Escalona, cuando aun siendo estudiante de secundaria en Barranquilla, compone »Añoranzas del Cesar», la cual sería la canción bandera de la lucha del Cesar por ser un nuevo ente territorial. En 1963 irrumpe Gustavo Gutiérrez Cabello, aportándole a la canción vallenata nuevos elementos musicales y literarios que la enriquecen. En 1969, para el Segundo Festival de la Leyenda Vallenata se le agrega el concurso de la canción inédita y surgen los más grandes compositores, muchos de los cuales, aunque su obra no puesta en el escenario sobresalió y sobresale en el mercado del disco, en el cual, imponiendo un nuevo estilo, reinó por un largo período la agrupación El Binomio de Oro con su cantante Rafael Orozco Maestre. Es entonces cuando lo sentimental y romántico derrotan a la jocosidad y pueblerino y permiten el ascenso del vallenato a capas sociales que lo tenían como música de poca monta. Se discute hoy si eso sería el nacimiento de un quinto aire dentro del género vallenato. La discusión es inútil, pues su estructura musical es la misma, solo que con nuevos acordes.
Julio Oñate, en su momento, le aporta al vallenato el elemento temático ecológico y deja un mensaje profundo y de permanente actualidad en »La profecía», canción que marca un hito en su historia, pues se hace evidente que no solo de amor y tragedia vive el vallenato. Y detrás de él surgen otros que se sumergen en las aguas de la problemática social: Hernando Marín con «La ley del embudo» y el mismo Santander Durán con «Lamento arhuaco» y «Las bananeras» son buenos ejemplos.
Explorar nuevos temas no es crear un quinto aire como se pretende, es una nueva forma de decir las cosas. El compositor cumple su rol social de comunicar e historiar su tiempo.
Evidentemente, hay un vallenato lírico que viene de Tobías Enrique Pumarejo y de Rafael Escalona y tomó gran fuerza después de Gustavo Gutiérrez, en los años 70, con Leandro Díaz, Rosendo Romero, Hernando Marín y otros, sublimación que le vino muy bien a lo comercial, oportunidad bien aprovechada en especial por las casas disqueras, para vender esta expresión musical, derecho que nadie puede desconocer. Para competir con calidad, como lo hacen los chilenos o los mexicanos, tenemos que ponernos a estudiar música y literatura, según Santander Durán.
La piquería
Andrés Beleño, con sobradas dotes histriónicas, presentó la piquería como el enfrentamiento que es entre dos o más repentistas, en sus diversas modalidades como la del verso libre, pie forzado, pie pisado, tema escogido, dos con dos y última con primera, entre otras.
Los festivales se constituyen en la más grande y única oportunidad que tienen los verseadores para mostrarse. Este es un gremio que no goza de ningún tipo de organización, ni agrupación. El verseador es un ser solitario en la lucha por su arte.
Ganador de muchos festivales tal cual gallo jugado en numerosos patios, Beleño encuentra desconocimiento y mal manejo del concurso de la piquería en la mayoría de los festivales, jurados que no exigen rigurosidad y respeto a las reglas del juego, concursantes inexpertos que hacen tediosa la jornada y otros más preocupados por la rima que por el contenido.
Si embargo, la piquería, con tarima o sin ella, o lo que es lo mismo, con festivales o no, sigue viva porque está en la esencia de nuestro folclor. No hay parranda, e inclusive, concierto de grandes acordeoneros y cantantes, que no termine con un duelo en verso improvisado.
La piquería no es fácil, es exigente y no todos pueden hacerla. Ella no tiene escuelas ni maestros como si los tienen el canto, el acordeón, la caja y la guacharaca.
A la piquería hay que defenderla de los versos de cajón, de los versos cojos, de los repisados, viejos o aprendidos, de los versos sin lógica ni sentido. Aunque la rima es lo primordial, la contundencia del verso es su principal virtud, lo mismo que la picardía y la sagacidad del improvisador. Finalmente, dice Andrés Beleño, los versos emitidos deben provocar una respuesta.
Sin la radio el vallenato no fuera lo que es hoy
En su intervención, el locutor, investigador y promotor de nuestra música, Jaime Pérez Parodi, recordó como, Casimiro Castro Villazón, aproximadamente en 1945, instaló aquí la primera emisora, de 100 vatios, que se escuchaba solo a una cuadra a la redonda.
Para entonces y aun para 1957 cuando el cachaco Germán Aristizábal creó Radio Valledupar, era una herejía hacer sonar vallenatos por la radio. Imperaba la música andina, más conocida como música colombiana. A través de la radio, los vallenatos conocimos primero a José A. Morales que a Rafael Escalona. Era obligación de las emisoras del país dedicar el 80 % de sus espacios a la música llamada colombiana. El 20 % restante quedaba para los boleros y rancheras.
Desde su fundación, Valledupar, hasta 1936 permaneció en el ostracismo, aislado, sin carreteras. Un aterrizaje de emergencia, realizado en ese año por el entonces presidente, Alfonso López Pumarejo, con vínculos familiares en la ciudad, hizo que comenzara a llegar el progreso a Valledupar con la migración de nuevas familias. Jiménez, Calderón y Castilla eran los apellidos que abundaban. Hoy, la pureza del vallenato raizal no es ni del 20 %.
En 1963, la fundación de Radio Guatapurí con tres figuras foráneas traídas para el caso, le dieron la apertura a la música vallenata. Para la época Bovea lanzó su disco Los Cantos de Escalona, la orquesta Billo’s Caracas Boys grabó «La espina» de Gustavo Gutiérrez y el cachaco Carlos Alberto Atehortúa, en 1967, creó un programa de 25 minutos entre las 7:30 y las 8:00 de la mañana para comentar la música vallenata.
Hoy, hasta en el exterior, hay emisoras dedicadas al cien por ciento a la música vallenata.
Hoy, aquel 80 % de música andina en las emisoras colombianas corresponde ahora a la música vallenata que es considerada la música de la nación.
El vallenato: un sistema de valores
Para Oscar Ariza Daza, docente del Gimnorte, el hombre, cuando está fuera de su tierra, lo que más añora es su música, ya que basta escucharla, para ponerse en contacto con lo que más ama, pues en ella, en la música, hay algo más que instintos, hay textos que nos abren a una visión, a un sentir.
Como crítico literario, Ariza observa, desde la particularidad del vallenato, su narrativa como un sistema de interpretación del mundo desde una ética específica, con un sistema de valores como el sentido del honor, el machismo, el compadrazgo, la amistad, la mujer como objeto sexual, el engaño y el desamor.
Pero además, el compositor se basa en hechos reales para hacer su obra, siendo así un historiador de su tiempo. Difícilmente se le podrá pedir a un compositor de hoy una expresión propia de los años 50, tipo Rafael Escalona, pues tendrían dificultades de entendimiento con su público. Pero así y todo, la canción vallenata, para casos como el mencionado de Escalona, maneja valores universales que le han permitido, a los viejos compositores, trascender el ámbito local y la dimensión del tiempo.