Este festival es, sin duda, uno de los más atractivos del planeta, dado que, al propio interés de la programación se une el hecho de realizarse en un entorno fantástico. Se trata de la Aldea Cultural de Sarawak, ubicada junto al monte Santubong y la playa de Damai, a pocos kilómetros de Kuching, la capital del estado, y rodeada por la selva pluvial ecuatorial a la que hace referencia el nombre del festival.
La Aldea consiste en un recinto dominado por un lago central, en torno al cual se disponen construcciones propias de los diferentes pueblos que habitan el territorio: melanau, iban, orang ulu, penan, bidayuh, malayo, chino… Muchas de ellas son las llamadas longhouses: casas comunitarias construidas en madera donde conviven varias familias e incluso comunidades enteras, espléndidos ejemplos de arquitectura tradicional que se pueden contemplar y recorrer.
Este año se cumplía la decimoquinta edición de este festival, entre los días 28 y 30 de junio, con un buen número de conciertos y talleres. Las primeras actividades del festival tuvieron lugar desde el mediodía del viernes 28, con los talleres vespertinos impartidos por los músicos participantes en el festival y que fueron de temática muy variada lo largo de esos tres días: danza, canto, encuentros de instrumentistas de diversos grupos y orígenes, cuentos tradicionales… Uno de los más interesantes a los que pudimos asistir fue el taller de gamelán impartido por el grupo malayo Rhythm in Bronze, que no dudó en poner sus instrumentos a disposición del público para intentar jugar a reproducir los diálogos sonoros de este tipo de formaciones instrumentales.
Los conciertos tenían lugar a partir de las 7:30 de la noche, cuando el sol ya había caído, como sistemáticamente hace durante todo el año a la misma hora en esta zona tan cercana al Ecuador: hacia las siete menos cuarto. El primer día se inició con una serie de cantos indígenas de bendición y bienvenida que dieron paso a una breve actuación de Juk Wan Emang, anciano intérprete de un muy original instrumento, la flauta nasal del pueblo kayan, seguido del grupo Lan E Tuyang, también representante de la cultura de la isla, concretamente de los olang ulu, y portadores de uno de los instrumentos musicales característicos de aquellas tierras: el laúd sape.
Llegó el turno de los ya citados Rhythm in Bronze, renovadores del gamelán y venidos desde la Malasia peninsular, para continuar con una actuación realmente memorable: Chet Nuneta. En un formato eminentemente vocal, sostenido por enérgicas percusiones, el grupo francés nos hizo viajar por tradiciones musicales de todo el mundo: desde China a África, pasando por el Mediterráneo y el Mississippi, sevillanas corraleras incluidas, en unas interpretaciones impecables y vibrantes, combinadas con una muy bien trabajada, dinámica y hasta coreográfica puesta en escena.
Llegaría más tarde el momento de echar un pie con la propuesta sabrosa y auténtica de Beto Jamaica, coronado como rey del vallenato, y su bien trabajada selección de ritmos de raíz colombiana, a la que siguió la más calmada actuación del músico de origen greco-turco y afincado en Austria Alp Bora.
Los cantos de los pueblos austronesios se volvieron a dejar oír, esta vez de la mano de la formación australiana Nunukul Yuggera, que ofrecieron un muy interesante recital de canto, danza y didgeridoo, con ritual de encendido de fuego incluido, por medio del ancestral y trabajoso método del frotamiento de palitos. Nunukul Yuggera es una formación de chicos jóvenes que han redescubierto y dignificado su cultura, y la muestran orgullosos por el mundo adelante, en un espectáculo sumamente dinámico y atractivo. Fue otro de los momentos importantes, sin duda, de este festival.
Cerraron la noche los irlandeses Kíla en una actuación que explotaba, un tanto a piñón fijo, la combinación otrora novedosa entre los ritmos y melodías tradicionales y la peculiar forma de entonar de Rónán Ó Snodaigh,
Llegados al segundo día, de nuevo las músicas tradicionales de Sarawak abrieron la serie de actuaciones, con Maya Green, al sape y los muy interesantes Madeeh, que tañían unas cítaras muy especiales, llamadas pratuokng, la única cítara sin cuerdas que conozco, ya que consta de una serie de tiras de bambú afinables, que son golpeadas por unos palillos. Siguió otro grupo local, la Shangyin Chinese Chamber Orchestra y su representación de músicas tradicionales chinas, que también es una parte importante de la cultura de la isla, por la numerosa población de ese origen, junto con elementos autóctonos, como el ya mencionado laúd sape.
Después actuó otro grupo al que también habíamos visto ya en la Expo en Kuching, los indonesios Rafly Wa Saja, para dar paso a otro de los momentos electrizantes del festival, con la poderosa presencia escénica de Dizu Plaatjies & The Ibuyambo Ensemble, desde Sudáfrica, pero interpretando también músicas de todo el continente negro e islas aledañas, desbordando energía rítmica, vocal y danzante, con numerosas referencias, puño en alto, al doliente Nelson Mandela. Para el que suscribe esta crónica, allí tuvo lugar un momento de especial emoción, al dirigir la mirada sucesivamente al escenario y al público, y observar esos rostros tan diferentes del observante y también entre sí: gentes africanas, por un lado, asiáticas y austronesias por otro, vibrando al unísono con estas músicas y ritmos de pálpito popular. Fue una fulgurante revelación de que, por encima (o, casi mejor habría que decir, por debajo) de las diferentes creencias, culturas e incluso enemistades, late un corazón común, que abriga la posibilidad de un mundo posible donde el respeto y el entendimiento triunfen sobre la guerra y la opresión.
Siguió la actuación de los Pine Leaf Boys, desde Luisiana, que brillaron en sus momentos más cajun y zydeco y decayeron en otros de rock más convencional y, finalmente Kries, desde Croacia, con su caballero de la triste figura al frente, Mojmir Novaković, cerraron la noche con su folk-rock gótico un tanto monótono.
Y llegamos al tercer día, el 30 de junio, que se abrió, al igual que los anteriores, con breves actuaciones de grupos locales, en este caso el tumultuoso conjunto de percusiones Gema SLDN-SCV, y, de nuevo, Lan E Tuyan. Y le llegó el turno a Mohsen Sharifian & The Lian Band, con quienes ya habíamos vibrado el año pasado en el WOMEX de Salónica, y que es una de las pocas formaciones que se atreven a girar internacionalmente desde Irán, llevando las danzas tradicionales de su tierra de Bushehr, en el sur del país. Mohsen nos acercó el sonido de la gaita nay-anban y del oboe de cuerpo doble nay-jofti, y a través de él y de sus músicos pudimos conocer de primera mano la difícil situación de los músicos en su país, la imposibilidad de realizar en él actuaciones públicas y cómo la expresión cultural de las mujeres está directamente prohibida.
A continuación llegó la actuación de Spiritual Seasons, desde Ucrania, con un tratamiento bastante convencional de músicas y canciones irlandesas y de otras procedencias europeas, dando paso a una nueva y vibrante actuación de la troupe coreana Palsandae, que dejaron atónito al respetable con sus acrobacias y coordinación danzante y ejecutante.
Nunukul Yuggera repitieron también ese día con una breve actuación de 20 minutos, dejando el ambiente a punto para el casi-fin-de-fiesta con los daneses Habadekuk, que exploraron la faceta más bailable y festera de las músicas nórdicas con gran efectividad. Tras ellos, el escenario se llenó con músicos de casi todos los grupos en un finale que pretendía (y conseguía) tener más de colorista y catártico que de musicalmente refinado.
Así transcurrieron tres días de músicas globales en un lugar realmente paradisíaco, sumados a los otros tres de la Expo en Kuching y otro intermedio en el que incluso tuvimos la oportunidad de dejar plantados unos arbolitos, dos ejemplares de cassia fistula, que ahora crecen en suelo borneano. Ya llevábamos acumulado un bagaje importante de imágenes, sonidos, encuentros, sensaciones y amistades. Pero lo cosa no terminaba ahí, porque todavía pudimos disponer de un par de días más para disfrutar de algunas maravillas naturales de aquella tierra, pero eso ya lo contaremos en nuestra próxima entrega.
Lee la primera parte: Borneo I: Borneo World Music Expo