Una pobre selección a concurso no hace olvidar los grandes logros del certamen: el ciclo Joseph Losey y los premios Donostia (Darín, Varda, Belucci)
No pasará ciertamente a la gran historia del festival, pero la 65 edición del Zinemaldia contuvo suficientes elementos paralelos de calidad e interés como para considerar a 2017 como un buen año, sin más, en el devenir del evento.
La selección oficial de películas a concurso fue más bien deficiente. Apenas un par de títulos o tres se salvaron del olvido. Entre ellas, ciertamente, la película que, a la postre, resultaría ser merecidamente la Concha de Oro, «The disaster artist», divertida y amena historia sobre el rodaje de «The room», considerada una de las peores películas de Hollywood, «el ciudadano Kane de las malas películas». Dirigida por James Franco, actor («Spider man») y realizador («Bukowski»), «The disaster» supuso un soplo de aire fresco y aliviante dentro de una adocenada y trivial, más bien aburrida, colección de obras menores.
También se salvaron de ese mencionado «disaster» títulos como la argentina «Alanis» de Anahí Berneri (Concha de Plata a la directora más destacada, y a la mejor actriz, Sofía Gala, compartida ésta con Anne Gruwez por «So help me God»), historia cotidiana de una prostituta callejera, con todo su dolor, su miseria y su dignidad; «El autor», del español Manuel Martin Cuenca («La flaqueza del bolchevique»), que se inicia con una prometedora y aleccionadora media hora y luego se va diluyendo como azucarillo en su sucesión de «gags» intermitentes, previsibles e inocuos; o, finalmente, la contribución vasca al certamen, «Handia», de Jon Garaño, (premio especial del Jurado), una estéticamente cuidada y simbólica reflexión sobre una anécdota simple acerca del «hombre más alto del mundo», surgido de un caserío tradicional.
La película que abrió la semana, la esperada «Submergence» («Inmersión») del admirable autor alemán Wim Wenders supuso algo más que una notable decepción: la constatación de cómo la industria de las coproducciones internacionales puede arruinar el discurso personal y genuino de un gran artista («Paris-Texas», «El cielo sobre Berlín»… «Buena Vista Social Club»).
Inexplicable Concha de Plata al actor rumano Bogdan Dumitrache, por la aburrida y cinematográficamente plana «Pororoca», mientras que «el mejor guión» fue a parar a las manos de los argentinos-brasileños Diego Lerrman y María Meira, por la muy irregular «Una especie de familia».
Por su parte, el premio del Jurado a la mejor fotografía (un Jurado presidido por el excelso John Malkovich y con la presencia, entre otros, de la actriz Emma Suárez y del guionista Jorge Gerricaechevarría), recayó en la recurrente película alemana «El capitán», historia de una patrulla militar nazi en tiempos de derrota final, descomposición y venganzas personales.
Los Premios Donostia
Habitualmente destinados a reconocer la trayectoria profesional, incluso personal, de las gentes del cine internacional, su designación depende en muchos casos de la posibilidad de que los galardonados pueden estar presentes en Donostia en las fechas precisas. Es un escaparate de cara a la proyección global del certamen, así como un «guiño» al siempre bien recibido (por los medios) «glamour».
Este año, las menciones estuvieron bien seleccionadas y escogidas. Por orden de aparición, el primer premio Donostia recayó en la figura del actor y director argentino Ricardo Darin («La señal», «Nieve negra»), cuyos méritos profesionales están más que justificados en su larguísimo «curriculum» actoril. Títulos como «Nueve reinas», «El hjijo de la novia», «El secreto de sus ojos» y, más recientemente, «Un cuento chino», «Truman», «Relatos salvajes» y la actual «La cordillera», entre otros muchos, jalonan una calidad interpretativa pocas veces cuestionada. «Todos los personajes que interpreta parece que hubieran sido escritos especialmente para él y solo para su interpretación…Darín transparenta al personaje que encarna. Le sentimos, nos emociona», ha escrito el director cántabro Manuel Gutiérrez Aragón.
El caso de la realizadora francesa Agnes Varda es verdaderamente particular, y ha sido muy encomiable que el Zinemaldia se haya fijado en su figura. Nacida en Bruselas pero vecina de Paris desde 1951, Varda es una de las mejores documentalistas de la historia del cine. Comenzó como fotógrafa, alcanzando cierto renombre, pero fue su paso al cine lo que la encumbró pronto, hasta recibir el apodo un tanto humorístico de la «abuela de la nouvelle vague». Casada con el ya fallecido Jacques Demy, en la amplia filmografía de Varda figuran titulos indispensables como «Cleo de 5 a 7», «Panteras negras», «La felicidad», «Sin techo ni ley», y la más divulgada en España, «Los espigadores y la espigadora».
Finalmente, Mónica Bellucci. La actriz italiana, de extraordinaria belleza (digna sucesora de las mega-stars Sofia Loren, Claudia Cardinale, Gina Lollogribida), ha demostrado también ser una notable actriz. Entre sus trabajos: «Drácula de Coppola», «Cleopatra», la deplorable «Irreversible» (sin duda un borrón en su carrera el haber aceptado trabajado en este film hiper machista de Gaspar Noé), «Bajo sospecha», la saga «Matrix», «La pasión de Cristo» (donde hizo la Maria Magdalena), «El país de las maravillas» y la reciente «On the milky road», de Emir Kusturica.
Mónica lució su lindo palmito por las calles de Donostia, pero no tanto como fans, diletantes, cazadores de autógrafos y «paparazzi» hubieran deseado. Su estancia fue más bien corta y se dejó ver poco. Es lo que tienen algunas estrellas rutilantes: una agenda excesiva.
EL gran Joseph Losey
En cuanto a cine, cine, más cine por favor, no hubo más ni mejor que el correspondiente al «Ciclo Joseph Losey», casi exhaustiva y memorable retrospectiva (32 largometrajes y 6 cortos) dedicada al director norteamericano (La Crosse, Wisconsin, 1909), pero cuya mejor y más amplia obra se desarrolló en Europa (se instaló en Londres en 1950), ante la imposibilidad de trabajar en su propio país, señalado y perseguido como «peligroso» comunista por el Comité de Actividades Antiamericanas. La famosa «caza de brujas» del ultra-reaccionario senador Joe McCarthy (años 50).
Figura de culto en los años del «cine de arte y ensayo» (sic), las obras más famosas y divulgadas de Losey proceden de esa larga etapa: la «década prodigiosa» de los años 60 y sucesivos de reflexión, madurez y posterior recogida de velas y retirada al terreno del ostracismo, en el que todavía se encuentra su obra (felizmente truncada ahora por esta excelentísima recuperación de gran parte de sus «opus»).
La etapa inglesa de Losey (más o menos relacionada con la aparición del movimiento del «free cinema», el de Karel Reisz, Lindsay Anderson, el dramaturgo Harold Pinter, el actor Tom Courtney, el también director Ralph Richardson), está trufada de grandes títulos. No tan solo los aclamados masivamente «El sirviente» (1963), «El criminal» (1960) y «Accidente»(1967), trilogía magistral sobre las dominaciones de clase social, humillación y perversión, el poder del sexo y del dinero…) sino también otros títulos menos trascendentes pero igualmente tocados por la magia de la creatividad: «Estos son los condenados» (1962), «Modesty Blaise» (1966), «Eva (1962)», «Rey y Patria» (1964), hasta desembocar en la admirable y algo metafisica «Caza humana» («Figures in a landscape», 1970).
Para ese tiempo, el ya muy reconocido Losey se dispersa y pierde algo de su vigor social y de su combate político. Pero tiene aún arrestos para derribar tabúes en «El asesinato de Trostky» (1972), «Una inglesa romántica» (1975), «Galileo» (1975), «Don Giovanni» y otros muchos proyectos que cayeron en el olvido por falta de financiación. A pesar de sus éxitos, Losey siempre fue siempre un director «maldito».