Tres de las películas más destacadas de la 68 edición del SIFF (San Sebastian International Film festival), en su sección oficial, no participaban en la competición, al figurar como proyecciones «fuera de concurso». Fueron la última realización de Woody Allen, «Rifkin’s Festival», cinta que inauguro el certamen, y rodada precisamente en Donostia (San Sebastián) el pasado año; «Patria», serie para televisión en ocho capítulos, dirigida por el vasco Aito Gabilondo, basada en la novela «best seller» de Fernando Aramburu; finalmente, «Antidisturbios» otra serie, de seis capítulos esta vez, realizada por Rodrigo Sorogoyen, acerca de la violenta actuación de fuerzas policiales especiales encargadas de reprimir manifestaciones sociales pacíficas, en contra de los desahucios habitacionales.
De esta forma, la sección medular del Zinemaldia; la que da enjundia y carácter a su razón de ser, se quedó francamente disminuida y descafeinada. Como toda la semana, por cierto. De lo quedo, pues, se pueden mencionar algunos filmes : «Verano del 85», del francés François Ozon, siempre inquietante y polémico; «Druk», del danés Thomas Vitenberg; «Akelarre», del argentino Pablo Aguero, sobre la caza de brujas (nunca más real este término) en las cuevas de Zugarramudi en el País Vasco francés, siglo XVII. Y, sobre todo, «Crock of gold: a few rounds with Shane McGowan», biopic sobre el líder del grupo folk-punk The Pogues, cinta dirigida con un punto de mitificación por el británico Julian Temple. Una peli desbordante de ritmo y brillantez formal.
Así las cosas, el jurado del festival, más bien casi anónimo y desconocido, y comandado por el director italiano Luca Guadagnino, tuvo la valentía/osadía de conceder la Concha de oro, premio a la «mejor» película a la cinta representante de Georgia «Dasatskisi» («Beginning»), de la joven realizadora de nombre impronunciable, Dea Kulumbegashvili, historia de una comunidad de Testigos de Jehová, atacada por un grupo extremista/terrorista. Apasionante (sic) film supuestamente vanguardista, de una pretenciosa y desesperante lentitud, que llevo a críticos tan conspicuos y considerados como Carlos Boyero a abandonar, bostezando, la sala.
El actor y ahora director Viggo Mortensen fue el único premio Donostia de este año, y presentó su primer film, «Falling» y aprovechó la ocasión para enfundarse la camiseta de la Real Sociedad Futbol Club (!) Antiguamente, le ponían una chapela (o txapela, una boina tradicional vasca) a los elegidos para la gloria.
Edición, pues, olvidable de un festival que compartió este año hermandad y solidaridad con el célebre Cannes, malvado COVID mediante.