Dos grandes presencias iluminaron y enriquecieron la edición de este año del ya veterano Festival Timitar (Agadir, Marruecos), que se celebró entre los días 3 y 6 del pasado mes de julio en la estación playera más renombrada del Atlántico sur, refugio de jubilados y veraneantes europeos de medio/alto nivel adquisitivo.
Hay otro Agadir más popular, el de la ordenada y sombreada Medina, el de los super-económicos zocos y de los recintos abarrotados en los enormes espacios abiertos de la plaza Al Amal (todos los conciertos, gratuitos). En todos los casos, desde los suburbios dejados de la mano de Alá, hasta los hoteles superlujosos de cinco estrellas y media, encontramos siempre una gente amabilísima, atenta y amigable para con los propios y foráneos.
Pero fue el muy apropiado Theatre de Verdure (una especie de Anfiteatro de inspiración romana) el recinto que acogió los grandes conciertos del festival, muy por encima del resto. Por orden de aparición: el cantante, compositor, guitarrista napolitano Eugenio Benatto, de la larga saga del mismo apellido. Y, fundamentalmente, investigador y renovador del genero sonoro de la tarantella, que hunde sus raíces en el siglo XVII y ahora se abre con hacía horizontes insólitos e inesperados.
Amparado en una percusión retumbante e insistente, y en las voces y contoneos de dos magistrales danzarinas, la voz grave de Benatto (su mayor éxito popular «Che il Mediterraneo sa») realizó un magnifico recital «in crescendo», que llegó a alcanzar los límites del paroxismo (lo mismo que pretendía el picor de la taranta), muy cercano a lo que hoy llamaríamos «trance». Benatto actuó hace ya muchos años en Zaragoza, pero su arte está muy lejos de ser conocido en España y en toda la Europa central. Casi casi como el otro gran genio de la música folk italiana, Angelo Branduardi.
El grupo tuareg de Mali, Tinariwen, tambien te lleva al éxtasis, pero por otros derroteros muy diferentes. Se sigue catalogando su música de «blues del desierto» (con permiso del añorado Ali Farka Toure), pero es mucho más que eso.
Guitarras punzantes, ritmos obsesivos, nunca estridentes ni aparatosos. La sonoridad de Tinariwen es muchos más profunda, ensimismada, acariciante, casi podrían ser las baladas «blues» del rio Niger.
Descubiertos en el Reino Unido hace ya más de una década, habituales en los festivales étnicos de medio mundo, WOMAD por medio, Tinariwen es, sin duda, uno de los grandes grupos de nuestro tiempo, no importa la latitud geográfica ni el estilo musical. Asistir a un concierto suyo (como el de Agadir) significa un viaje a la profundidad estética del alma, una aproximación a un paisaje no por puntualmente localizado menos universal.