La 53 edición del Jazzaldia tuvo mala suerte con el tiempo meteorológico. Tres jornadas de las cinco estuvieron amenazadas por las cambiantes e imprevisibles galernas, y en más de una ocasión hubieron de suspenderse por la lluvia los conciertos al aire libre en la playa de la Zurriola. Pero, por fortuna, la sesión inaugural, con la “folk singer” Joan Baez, se libró del infortunio. Y su actuación, de alguna manera, marcó el punto álgido del certamen. Memorable, emotivo recital, en la “despedida” oficial de Joan de los escenarios. Su gira, “Farewell” estaba en las últimas en San Sebastián, aunque fue finalmente el teatro Real de Madrid, el último de los últimos conciertos de su vida. O asi parece por el momento. Ojalá no sea verdad.
Joan Baez no “hace” jazz, pero su inclusión en en el Jazzaldia 2019 fue de lo más oportuno. Un concierto que comenzó algo frío y con problemas de sonido, pero que fue adquiriendo brillantez a medida que daba buena cuenta de su repertorio. Y ¡qué repertorio!. Iniciado con el “Don’t think twice, it’s all right” de su amigo del alma, ex-amante, compañero de mil batallas Bob Dylan. No sería el único tema de “El bardo de Minnesota” que interpretaría la mexicana-escocesa nacida en Nueva York. También estuvieron en su maravillosa voz “It ain’t me babe”, el candoroso y emocional “Forever young” y la canción que escribió Joan dedicada a Bob y su relación de antaño: “Diamonds and rust”. Todos ellos magistrales.
Pero también hubo recuerdos a Leonard Cohen (canónica “Suzanne”), Kris Kristoferson/Janis Joplin, John Lennon (“Imagine”), Violeta Parra (“Gracias a la vida”), Miguel Hernández (“Llegó con tres heridas”), Earl Robinson (“Joe Hill”), Sacco y Vanzetti (“Here’s to you”) y Barack Obama (“Amazing grace” revisitado”).
Pletórica de elegancia y compromiso, modulando su voz como nunca, aunque ya no llegue (ni falta que le hace) a los registros más altos de su escala vocal, Joan tampoco se olvidó de la trata de esclavos, de los inmigrantes (el enorme “Deportee”, de Woody Guthrie) o de los marginados urbanos (“The boxer”, de Simon y Garfunkel). O la lucha perenne (“No nos moveran” /“We shall not be moved”, con ecos de los Almanac Singers y la guerra incivil española). Hasta cinco bises realizó la intérprete de “Farewell Angelina” ante una audiencia de 4.000 espectadores, y la despedida final no pudo ser otra que “Adiós, amigos”, mientras realizaba fotos con su móvil en esta “beautiful view”, según confesó al final.
Generosidad, entrega, humanismo, ternura, calidad humana y artística. Como señaló Fernando Neira en “El País” (29 de julio), Joan Báez, acompañada por espléndido trío (entre los cuales, su hijo Gabriel Harris en la batería), nos devolvió la fé en el arte, la música, la voz, la vida. No te vayas del todo, Joan. Goza de merecidos descansos, haz lo que quieras y te apetezca, pero vuelve algún día.
El resto
El premio Donostia de esta edición del Jazzaldia recayó en John Zorn, maestro de la vanguardia y apertura inacabable de influencias y seguidores en el jazz europeo contemporáneo. Ofreció dos sesiones, tituladas “Bagatelles”, donde dio paso y protagonismo a numerosas orquestas y formaciones nacidas a su amparo. Sesiones maratonianas, un stajanovista total, y una apuesta del festival no por arriesgada menos comprensible.
Maria Scheneider, compositora y directora de orquesta, nacida de Minnesota (como aquel otro ya citado más arriba), de origen centro europeo, levantó el entusiasmo total del director del certamen, Miguel Martin, por su enorme versatilidad, erudito conocimiento de la música norteamericana y disciplina total a la hora de crear y recrear. Sin duda, una joya de la corona.
Joe Jackson, el vocalista inglés de mil facetas y recovecos, desde el “soul” al puro “pop”; Jamie Cullum, que repetía ante público entregado, el gran saxofonista Joshua Redman y el no menos espléndido saxo Joe McPherson, discípulo del volátil y genial Charlie Mingus, fueron otras luminarias presentes en este certamen, que batió nuevamente record de público, frente a las amenazas temporales de mar y agua, que no pudieron de ninguna manera oscurecer o difuminar el evento.