Dos cantautores hispanos con personalidad propia y banda escocesa que resiste el paso del tiempo.
Tres conciertos de envergadura en el plazo de diez días, y con el teatro Victoria Eugenia de San Sebastián como escenario confortable y casi mágico, buena sonoridad y agradable acomodo. Dos cantautores españoles y un veterano, ya casi venerable, grupo británico de pop-rock: un menú para satisfacer (casi) todos los gustos.
Ismael Serrano, nacido en Vallecas (Madrid) y con una larga trayectoria cantautoril a sus espaldas, se ha reinventado últimamente en algo más que un vocalista. Ahora también ejerce de artes dramáticas y de cuentacuentos. Otra novedad en su último espectáculo: a través de cintas grabadas, realiza una suerte de interlocución con su otro yo, un invento teatral que actúa en favor del entretenimiento y de la ruptura de normas básicas de un recital de solista único. Hasta ahí, bien, vale; pero la fórmula, que le gusta y regusta a su inventor, corre un peligro del que no se sabe siempre cómo salir.
Ismael abusó de la retórica y del actor que lleva dentro de sí. Y aunque muchas de sus canciones siguen siendo notables ejercicios de estilo (con Joan Manuel Serrat y Silvio Rodríguez siempre al fondo), el concierto, en conjunto, pecó de artificio y de distanciamiento brechtiano, en detrimento de lo mejor que sigue ofreciendo su figura : una bonita voz, evocadora de lugares, situaciones y vivencias cotidianas; y unas músicas resultonas y que no meten miedo a nadie. Todo ello sazonado con un turgente sentido del humor, en dura pelea con la mordacidad cáustica y un pelín desencantada de su «mensaje» (sic).
En resumen, un «show» que sus muchos seguidores (teatro lleno) disfrutaron a tope, y que sus más críticos hubieron de reconocer que tenía su aquel. Entre uno y otro punto, el que suscribe quedó algo insatisfecho del global, por más que se aprecie y valore en positivo la profesionalidad, prestancia y «savoir faire» del que comenzara como cantautor socio-político y ha llegado a transformarse en poeta inspirado de la relación amorosa-erótica en todas sus vertientes / variables. Algo limitado, pese a ello, o gracias a ello, pero siempre una voz que se hace notar, se deja sentir, y logra alcanzar un veredicto casi siempre favorable.
Javier Ruibal, el gaditano, con otra obra personal de larguísima trayectoria a sus espaldas, se presentó en el club/teatro pequeño del V. Eugenia pocas fechas antes de obtener el Premio Nacional de Cantautores Contemporáneos, titulo largo y algo pomposo que solamente hace caso, reduciéndolo, a un autor, cantante e intérprete que siempre se ha movido, y sigue haciéndolo, por el fértil terreno de una poética personal, más allá de un cierto andalucismo militante, marino y fronterizo, y se acerca a una suerte de universalidad más abstracta y buceadora de preguntas muchas veces sin respuesta única y totalitaria.
Acompañado por el excelente pianista vitoriano Iñaki Salvador en buena parte del recital, Javier se plantó desnudo frente al escaso pero conocedor respetable y se batió como los grandes en circunstancias no muy favorables. Presentó su nuevo disco, «Paraísos mejores«, dentro del contexto de una amplia gira que le ha llevado a escenarios con pedigrí, como la sala Galileo Galilei de Madrid, el auditorio Pilar Bardem, de Rivas-Vaciamadrid, la sala Garcia Lorca (Casa Patas), el teatro Turina de Sevilla, o su más familiar por proximidad vital Puerto de Santa María, gira que finalizará en el Gran Teatro de su querida Cádiz. Época, pues, feliz y merecida en reconocimientos para el cantautor español de evolución nítida y sin dobleces que le hace ocupar un puesto distintivo y único en el panorama de la canción de raíz de los últimos tres o casi cuatro decenios.
Como coda final de la semana musical donostiarra, Deacon Blue, una oferta bien diferente en lo formal, pero igualmente atractiva a priori. Treinta años contemplan igualmente a esta banda escocesa, comandada de alguna forma por la pareja de voces de Lorraine McIntosh y Ricky Ross. El «adult oriented rock» que practican no se queda en un mero «rock suave» y de todo terreno comercial, sino que se aventura a veces por parajes más seudo-heavys (no siempre felizmente resueltos). Alguna sorpresa agradable fue la rendición de un muy peculiar «Ain’t got no home», del inmortal Woody Guthrie, adaptado a estos nefandos tiempos de Trump/tribulaciones. Pero el fuerte de su prestación, cómo no, fue la reedición de sus grandes éxitos, tipo «Real gone kid» (1989), aunque los guiños historicistas tuvieron otra vez eco con «Always on my mind», del no menos glorioso (en lo musical) Elvis Presley».
Así pues, el sentido del nombre de la gira, «30 años, y siguiendo…» estaba justificado, y entre «hits» propios y apropiaciones con homenaje (el soul de Chi-Lites o el pop-rock primigenio de «Twist and shout» de The Contours / The Beatles), éste recital tuvo un poco de todo, si bien cortado por un mismo patrón final de sonido uniformizante, con las estridencias justas y con un sentido del espectáculo muy british, ahora que el Brexit amenaza con un enrocamiento del antiguo Impero frente a encuadramientos globalizantes, como toda le economía occidental sugiere, por cierto.