Iniciamos una serie de artículos que narran nuestras andanzas por tierras de la India, concretamente en Bengala Occidental, donde, gracias a la invitación de Banglanatak dot com, el equipo de Mundofonías tuvo la oportunidad de asistir a principios de este 2014 a dos festivales bien diferentes: el Fakiri Utsav, el “festival de los faquires” en la aldea de Gorbhanga, en un entorno completamente rural, y el Sufi Sutra, que se celebra en el corazón de la enorme Calcuta. Entre ambos, tuvimos asimismo ocasión de viajar y conocer de primera mano una serie de actividades artísticas populares sumamente interesantes, de las que también hablaremos, y que se están apoyando e impulsando en las comunidades rurales desde esta organización.
En esta primera entrega, nos desplazamos a la aldea de Gorbhanga. El Fakiri Utsav que allí se celebra es un evento único. Lejos de los circuitos de los grandes festivales, lejos de las grandes ciudades, en lo más profundo de las tierras de Bengala, adonde no ha llegado Google con sus mapas y mucho menos con su Street View, se sitúa esta aldea, en la cual, desde que alcanza la memoria, ha habido una activa comunidad de faquires.
Gorbhanga está en Bengala Occidental, a algo más de 200 km al norte de Calcuta. En territorio indio, pero muy cerquita de la frontera con Bangladés, la otra parte de Bengala, desgajada del resto de la India, primero como el Pakistán Oriental, en la partición de 1947, y después como el Bangladés independiente, tras la cruenta guerra de 1971. En ambas Bengalas se practica el arte de los faquires o bauls, músicos itinerantes, filósofos cantantes, sufíes danzantes… Su filosofía se centra en el respeto a la vida, en considerar el cuerpo humano como la morada de lo divino y en la conexión mística a través de la música. Aceptan en su comunidad a hinduistas, musulmanes y gentes de otras creencias. Y a pesar del estereotipo habitual, no, no duermen en camas de clavos ni se tragan espadas.
Los faquires de Gorbhanga se declaran seguidores de Lalon Fakir, místico, músico y pensador que vivió entre los siglos XVIII y XIX, y que se opuso a la discriminación por razones de pensamiento, casta o religión, inspirando este movimiento e influyendo notablemente en la obra de escritores como Rabindranath Tagore.
Gorbhanga es una aldea de calles sin pavimentar, donde los niños corretean descalzos, las vacas y las cabras deambulan, y la gente lleva una humilde pero aparentemente apacible vida dedicada a la agricultura y la ganadería, además del arte de los faquires. Amitava Bhattacharya, uno de los impulsores de Banglantak dot com, nos explicaba que esto no siempre ha sido así y que el aspecto de la población era mucho más insalubre hace no muchos años. Gracias a la dignificación del arte de los más de cien faquires que tienen esta aldea por hogar, sus ingresos han mejorado y también la comunidad ha tenido acceso a unos niveles mínimos de salubridad y bienestar.
Paseando por Gorbhanga, fuera de la zona del festival, no faltan las miradas curiosas para quienes allí nos convertimos en exóticos, los niños que te siguen solo para observarte, las sonrisas y los saludos amables con el gesto de juntar las manos y el correspondiente “namaskar”, y tampoco falta quien te dice algo en bengalí y se queda extrañado de que no entiendas… “Sorry, I don’t understand”, digo, mientras adivino un “¿cómo puede ser?” en su pensamiento, “¿es que no estoy hablando bien clarito?”
El Fakiri Utsav congrega a gente de la aldea, de los alrededores y también venidos desde la capital de estado, Calcuta. Los pocos asistentes occidentales se podían contar con los dedos de una mano: Peter, un jubilado y aventurero viajero alemán; los músicos del dúo galés Olion Byw, y nosotros dos, Araceli y yo, los de Mundofonías y Mapamundi Música. Después, entre el público, apareció también un chico vestido como los lugareños y que hablaba bengalí con soltura, aunque su rubia melena delataba sus orígenes nórdicos. Vale, los dedos de una mano y uno de la otra.
El primer día del festival, el 17 de enero, ya antes de la propia inauguración comenzó a sonar la música en el pequeño escenario del centro de recursos construido en la aldea a instancias de Banglanatak dot com y con la ayuda de la Unión Europea. Este escenario, situado en un soportal, estaba repleto de artistas que tocaban los laúdes ektara (“una cuerda”) y dotara (“dos cuerdas”, literalmente, aunque podían tener más), armonios, bansuris y distintas percusiones: los tambores dhol y khol (o shri khol), el más pequeño duggi, la sonaja ghungur, el pequeño pandero que allí llaman dapli y que es similar a la kanjira, o el curioso khomok, también llamado anandalahari, que, a pesar ser un instrumento de cuerda que se pulsa con una púa, tiene una función rítmica, jugando con la altura del sonido al estirar y aflojar la cuerda que es pulsada.
Los músicos iban subiendo y bajando del escenario, turnándose para colocarse al frente para cantar, mientras el resto les acompaña con instrumentos, palmas y coros… Hasta que la música se interrumpió por un momento para dar paso al acto de inauguración, con el prendido de la vela ceremonial que corrió a cargo de mi compañera Araceli Tzigane, tras lo cual el mela, el encuentro, la fiesta, continuó largamente hasta la noche.
El día grande del festival iba a ser el siguiente, el 18 de enero. Ese día la música sonó durante todo el día, desde bien pronto en la mañana hasta bien entrada la madrugada. A la mañana estaba planificado un taller, con la presencia del grupo extranjero invitado, que era, como decíamos, el dúo de folk galés Olion Byw. Un taller que en realidad consistió en una jam session en la cual se fundieron los instrumentos indios con la mandolina, el violín y las voces de los europeos. Más adelante, la música se descentralizó en cuatro pequeños escenarios circulares, en los que simultáneamente tocaban diferentes troupes, por lo que podías deambular por todo el akhra, o zona de celebración, de uno a otro de esos golghar para ir viendo lo que pasaba y quedarte más rato en el que más te gustara.
La música de los faquires y bauls de Bengala es alegre y participativa. Cada pieza suele empezar con una introducción de tiempo libre y, rápidamente, entran los instrumentos de percusión marcando el ritmo, mientras los cantantes, que siempre llevan consigo algún pequeño instrumento (ektara, dotara, dapli, duggi, khomok…), no paran de moverse, bailar y hasta saltar. En estos pequeños escenarios, sin ningún tipo de amplificación, la música surgía de una forma muy natural y espontánea.
A veces los músicos cambiaban de escenario y se incorporaban en otro de los grupitos que estaban tocando, otros que llegaban también hacían lo mismo, saludaban, cogían un instrumento, se levantaban, cantaban, se sentaban, tocaban, de vez en cuando bebían un sorbo de te… Por ahí andaban Arman Fakir, Babu Fakir, Akkas Fakir, Golam Fakir, Arjun Khyapa, Khaibar Fakir, Shyam Khyapa, Subhadra Baulani, Sagara Parveen, Hashan Mondal, Minati Baulani… Hasta yo mismo tuve oportunidad de probar a tocar un poco con un dotara que cayó en mis manos junto a los músicos locales.
Por la noche tuvo lugar, en el escenario principal, el turno para los conciertos más formales y amplificados, con una notable asistencia de público. Allí no solo los faquires de Gorbhanga, sino otros llegados de otras poblaciones y distritos se dieron cita y realizaron sus actuaciones. También el propio grupo galés Olion Byw, con el violín y el canto de Lucy Rivers junto con la mandolina y la guitarra de Dan Lawrence, y otra formación de jóvenes músicos llegada desde Calcuta, Ebong Lalon, con la voz de Debalina Bhowmick, fusionando las canciones de Lalon Fakir y los cantos tradicionales con aires más urbanos, deleitaron a los presentes. Además de los faquires de Gorbhanga y venidos de otras localidades, nos encantó la espléndida interpretación de Bani Chakraborty y Sasanka Sarkar, procedentes de Kalyannagar.
Era curioso observar que la costumbre de aplaudir al final de las canciones no es ahí habitual, excepto para los extranjeros que allí estábamos y algún entusiasta aficionado llegado desde Calcuta, lo que producía una sensación extraña en quien no estaba acostumbrado al acabar las interpretaciones.
Tras las horas de la tarde-noche en que se celebraron dichos conciertos en el escenario amplificado, no se iba a acabar la música, ni mucho menos. De vuelta al centro de recursos, los músicos se fueron acercando y la música comenzó poco a poco de nuevo a sonar, regalándonos momentos maravillosos, que empezaron con melodías más pausadas hasta verdaderos arrebatos de qawwali bengalí. Aquel día, como digo, la vida fue la música. Y lo fue hasta bien entrada la madrugada.
El día siguiente era el tercero y último del festival y también el de nuestra partida. Pero todavía por la mañana tuvimos oportunidad de disfrutar con más sesiones musicales a cargo de los faquires de Gorbhanga y demás procedencias.
Nosotros nos fuimos, pero no dejamos atrás la música de los faquires baul, porque, además de llevar la imaginación y el recuerdo llenos de aquellos sones e imágenes y, por supuesto, las ganas de compartirlo y contarlo, hemos comprobado cómo esta música va saliendo de ese rincón del mundo para mostrarse, no solo ya en toda la India, sino por todo el mundo. Muestra de ello es esto que acabas de leer…
Programas especiales en Mundofonías:
– Mundofonías: Viaje a Bengala
– Mundofonías: Crónicas de Bengala I
– Mundofonías: Crónicas de Bengala II