Después del momento más crítico, en la edición del 2010, en que quedó reducido a 4 días por mor de la crisis, el festival ha recuperado su esplendor, gracias al apoyo del ayuntamiento y el empeño de su director, Carlos Seixas, con más de 40 conciertos a lo largo de 10 días, del 18 al 27 de julio, en esta edición del 2013. Nosotros pudimos estar en el tramo final del festival, a partir del 25 de julio y en esos días tuvimos oportunidad de disfrutar de un buen número de actuaciones, reencontrarnos con viejos amigos y gozar del ambiente festivo respetuoso y amigable que inunda la ciudad alentejana durante esos días. El lema del festival es “músicas con espíritu de aventura” y, desde luego, siempre nos descubre alguna sorpresa e incluso propuestas arriesgadas y poco usuales, que en algunos casos generan sano debate y división de opiniones.
Otro momento memorable fue el concierto de Winston McAnuff & Fixi, llamativo dúo compuesto por el vocalista jamaicano y el acordeonista francés que llenaron de entusiasmo el escenario de la playa con una música que destellaba matices de reggae, soul y musette, con el acompañamiento rítmico del beatboxer Markus. Un gratificante descubrimiento para quienes no habíamos visto a estos músicos en acción sobre el escenario.
Rokia Traoré, sin embargo, desarrolló un concierto in crescendo que evolucionó desde la contención hasta los bailes del final, sin llegar al calado emotivo que en otras ocasiones nos ha mostrado.
Entre los artistas portugueses que pudimos ver destacó la actuación de los veteranos e iconoclastas Gaiteiros de Lisboa, que nos hicieron participes de su particular mundo de historias grandilocuente, épicas, paródicas y originales. Tan geniales como chocantes, sacaron a relucir su arsenal de instrumentos inusuales, jugando con singulares timbres y recias armonías vocales, sin olvidar la vena contestataria que les llevó a lanzar un alegato en contra del excesivo control policial a la entrada del recinto… que tuvo su efecto, ya que se relajó notablemente después de su actuación.
Uno de los momentos que más curiosidad despertaba a priori y más discusión provocó a posteriori fue la multitudinaria actuación de la Shibusa Shirazu Orchestra, desde Japón. Un total de 26 personas sobre el escenario, desde músicos a bailarines, incluido un pintor y un VJ. La música transcurría por derroteros de jazz, funk, arrebatos ska, toques rockeros y latinos… y, entre los escasos elementos japoneses, alguna pincelada chindon. En la parte danzante estaban tres bailarines de butoh cuyos movimientos convulsos contrastaban con una bailarina de aires afrolatinos y dos chicas que parecían hacer señales aéreas con enormes plátanos, mientras el videojockey y el pintor aportaban otros elementos visuales. No dejaba de ser llamativo el cúmulo de sensaciones, pero uno no acababa de verle sentido al conjunto… ni siquiera paródico o transgresor.
El FMM este año ha sido, como siempre, una experiencia intensa y memorable. Y los patinazos de algunos artistas se ven sobradamente compensados por notables descubrimientos que un festival que no tuviera ese espíritu de aventura y de riesgo jamás nos brindaría.
Más información: http://fmm.com.pt